martes, 29 de diciembre de 2015

ESCUDO DE ARMAS DE LOS MOLINA

                                                                                  ESCUDO DE ARMAS DE LOS MOLINA


El Señorío de Molina es una comarca de netas características históricas y geográficas. Surgido como espacio independiente de Castilla y Aragón a raíz de la reconquista y repoblación de las sierras celtibéricas.

En esta alta paramera fueron naciendo pueblos, en número perfectamente reglamentado (veinte por sesma, seis sesmas en total) y poblándose con gentes venidas del norte, especialmente de las zonas vascas y navarras. 

Numerosos hidalgos, exentos de fiscalías y propietarios de blasones familiares, se instalaron en sus pequeños pueblos, alzando casonas patriarcales en cuyas portadas pusieron los escudos de sus ancestros.

De la abundancia de escudos de armas y emblemas heráldicos que existen en el Señorío de Molina da idea el hecho de que tengamos que partir nuestro estudio sobre el tema en varios libros. En el primero de éllos vamos a abordar el recuerdo de, por un lado, la evolución del escudo de armas de la ciudad de Molina de Aragón y del Señorío de Molina. 

De otra, revisaremos los escudos de armas de sus señores primitivos, los condes de Lara, de los que han quedado sellos de plomo y recuerdos literarios de sus emblemas. Y por fin, anotaremos, con la técnica pautada en el volumen anterior de fichas e imagen, los escudos de armas actualmente existentes en la ciudad de Molina de Aragón.

(Para volúmenes próximos queda el estudio del resto de escudos de los pueblos del Señorío, y el análisis de los archivos heráldicos proporcionados por León Luengo y Gonzalez de Reinoso, estudiosos del tema, que dejaron importantes manuscritos con descripciones y dibujos, y que hemos tenido la gran fortuna de encontrar y estudiar).

Señorío de Molina
Aunque antiguos historiadores y cronistas han buscado y encontrado razones para admitir que el territorio molinés estuvo poblado en la antigüedad de fenicios, cartagineses y griegos, la verdad es que nada de éllo ha podido resistir la crítica más superficial, y la única razón comprobada, histórica y documentalmente (crónicas latinas y yacimientos arqueológicos) de su antiguo habitamiento, va referida al variado mundo celtibérico, del que su cabeza estuvo, durante varios siglos antes de Cristo, en estas altas y serranías ibéricas. 

Pueblos como los lusones, titos y arévacos poblaron los vallejos y solanas de esta tierra, en la que varias necrópolis, poblados y castros se han descubierto en válida comprobación de los textos. Poblados y necrópolis celtíberas de los siglos VII a V a. de C. se han descubierto en La Yunta, Tartanedo y Prados Redondos. En la villa de Hinojosa existe, sobre un cerro cercano al pueblo al que llaman cabeza del Cid, un importante castro celtibérico, y continuamente se están hallando nuevos yacimientos que prueban la fertilidad poblacional de estas gentes.

La romanización a la Celtiberia llegó tarde, siendo dominado el actual territorio de Molina por el Imperio romano desde el año 150 a. de J.C. Antiguos historiadores dicen que la capital, Molina, fué fundada por los romanos, y construida junto al cercano pueblo de Rillo de Gallo, recibiendo el nombre de Manlia con el que aparece en antiguas crónicas latinas. La verdad es que la ciudad de Manlia era cabeza de un amplio territorio celtíbero, siéndolo desde siglos antes de la confederación de Numancia. También la famosa ciudad de Ercávica se ha querido situar en el territorio molinés, e identificarla con su capital, e incluso la celtíbera y luego romanizada Lacóbriga se ha dicho que estuvo donde hoy Labros, pero las razones dadas por los cronistas del Siglo de Oro son, a todas luces, endebles y no fundamentadas.

En los tiempos del dominio árabe sobre la Península, el Señorío molinés fué un territorio despoblado, con escasos núcleos militares, torrecillas y controles en los pasos altos, y algunos asentamientos más numerosos en los pequeños valles o en la rica vega del Gallo, junto a la capital. En el momento de la creación de los reinos de Taifas, en que se desmembró el califato de Córdoba, Molina adquirió la categoría de reino independiente, pero tan débil que enseguida pasó a entregar parias y tributos al reino de Castilla. Durante el siglo XI se mantuvo esta situación, y algunos reyes moros molineses han quedado en las crónicas como ejemplos de ilustrados monarcas: Hucalao, Abenhamar y Abengalbón. Este último hospedó al Cid Campeador y su familia en varios de los viajes que el capitán castellano hizo entre Burgos y Valencia.

La reconquista por los reinos cristianos de este territorio no fue difícil. Aparte de algunas leyendas que se refieren a esta reconquista, se sabe documentalmente que fue el año 1129 cuando el rey aragonés Alfonso I el Batallador se posesionó de este territorio, en una campaña de ampliación de su Estado, que en poco más de diez años le hizo avanzar desde las Cinco Villas hasta sobrepasar ampliamente el Ebro, apoderarse de Calatayud, Daroca, Teruel e incluso Molina. El territorio estaba practicamente despoblado, y en principio no le supuso otro interés que el acercarse hasta la línea fronteriza del Tajo, que tomó y sirvió para asentar solidamente su gran reino.

Sin embargo, desde los primeros momentos quedó Molina y su tierra incluida en el reino de Castilla, al que pasó por entrega de su conquistador, Alfonso I de Aragón, a su esposa doña Urraca, reina de Castilla. El hijo de ésta, Alfonso VII el Emperador, entregó en señorío de behetría toda Molina a su cortesano don Manrique [Amalrico] de Lara, que intervendría, quizás personalmente, en la conquista del territorio.

Don Manrique de Lara creó un pequeño Estado propio, solamente adscrito a la corona castellana en razón de ser él mismo vasallo del rey Alfonso. Pero la forma de gobierno del Señorío de Molina durante los siglos XII y XIII, fué practicamente de independencia respecto a los dos grandes reinos circundantes, con una organización política muy singular, regido por sus señores los condes de Lara, y con un gobierno de tipo comunero muy característico del régimen democrático medieval en el que vivió Castilla y el Bajo Aragón durante mucho tiempo.

El primer señor molinés, don Manrique, ó Amalrico, hizo reconstruir el antiguo castillo árabe, fortificando con murallas la ciudad de Molina, levantando varias iglesias de tipo románico, y organizando la ciudad y el territorio de un modo armónico. En 1154 concedió un Fuero que durante varios siglos sirvió de modelo y guía en la vida comun de las gentes molinesas. Gracias a él se repobló el amplio territorio, con colonos venidos especialmente de Castilla, Rioja y Navarra, así como bastantes francos - aquitanos especialmente- que con él colaboraron en las tareas directivas y de organización. El mismo don Manrique estaba casado con doña Ermesenda de Narbona, y algunos cuñados suyos hicieron de capitanes de tropa, mientras otros francos, eclesiásticos especialmente, dirigieron la distribución de los inmigrantes, formaron cabildos, compañías y gremios, y abrieron paso a una vida comunitaria fuerte y productiva.

La primitiva sociedad molinesa se organizó, según disponía el Fuero de don Manrique, de una manera auténticamente democrática. Al ser señorío de behetría, la dirección del estado correspondía a un miembro de la familia condal de los Lara, pero esta dirección no se transmitía hereditariamente, por línea directa, sino que eran los propios súbditos quienes por votación decidían al sucesor en el Señorío. A su vez, el gobierno de las tierras y los asuntos judiciales estaban en manos de los representantes del pueblo.

En elecciones en las que participaban las mujeres, se elegía cada dos años al juez de la comunidad, figura importantísima en el ordenamiento político medieval, así como a los aportellados y sesmeros, auténtica cámara doblerepresentante de los estamentos y del territorio. Esta estructura foral corresponde a lo que en Castilla es una Comunidad de Villa y Tierra, y con ese nombre, de Comunidad del Señorío de Molina, ha llegado hasta hoy mismo, aun cuando sus funciones son ya meramente administrativas de algunos escasos restos de propiedades comunales, dehesas y fincas.

Los primitivos límites del Señorío de Molina fueron señalados con detalle en el Fuero concedido por don Manrique, y todos éllos han sido identificados. Decía así el documento foral: A Tagoenz, a Santa María de Almalaf, a Bestradiel, a Galiel, a Sisemón, a Xarava, a Cemballa, a Cubel, a la laguna de Allucant, al Poyo de Mio Cid, a Penna Palomera, al puerto de Escoriola, a Casadon, a Ademuz, a Cabriel, a la laguna de Bernaldet, a Huelamo, a los Casares de García Ramirez, a los Almallones. Esta relación nos permite señalar facilmente un territorio de más de 5.000 Kms cuadrados que en el siglo XII formaba el Señorío molinés.

Su límite norte es bastante claro: subía desde el río Tajo, donde hoy se encuentra todavía el paso y puente de la Tagüenza, hacia Selas y Turmiel, siguiendo el valle del río Mesa y llegando hasta Sisamón, en la actual provincia de Zaragoza. El límite oriental quedaba marcado y hoy reconocible por varios pueblos como son el ya mencionado Sisamón, y luego Jaraba, Cimballa y Cubel, dejando dentro del Señorío los actuales lugares de Calmarza, Campillo de Aragón, Llumes, Aldehuela de Liestos y Torralba de los Frailes, quedando en su límite el monasterio de Piedra. Se extendía por ese costado hasta la laguna de Gallocanta, hoy entre Teruel y Zaragoza, e incluía también los pueblos de Las Cuerlas y Odón, este último de gran tradición en sus romerías a la Virgen de la Hoz, en secular competencia con los vecinos de Molina. Y aún se extendía este límite oriental hasta el valle del Jiloca, en las cercanías de Calamocha: el Poyo de Mío Cid parece corresponderse con el actual pueblo turolense de este nombre. 

El límite por el sur ascendía luego sobre el filo de la alta y abrupta sierra Menera, poniendo la frontera en Peña Palomera y bajando hasta Orihuela del Tremedal, extendiéndose el Señorío ya por extensas regiones de bosques y montañas totalmente desertizadas, hasta Huélamo, Ademuz y el río Cabriel, formando una lengua muy prolongada de terreno en la actual serranía de Cuenca. Luego, englobando Beteta, ascendía a la meseta y llegaba hasta Armallones y el río Tajo nuevamente. Enorme territorio que fué pronto restringido por el surgimiento de nuevos concejos, como el de Cuenca, que tras la reconquista de la ciudad en 1177 fue muy ricamente dotado por el rey Alfonso VIII; y también el fortalecimiento de concejos como el de Daroca y el de Albarracín, que fueron ampliando su territorio, dejando reducido el Señorío de Molina a sus límites actuales aproximados en el siglo XIII. El mismo Concejo de Medinaceli, reciamente gobernado luego por los de La Cerda, duques del mismo título, restó algún terreno al Señorío molinés por su extremo de septentrión.

Este gran territorio estuvo dividido en sus inicios en seis demarcaciones, -llamadas sesmas- al frente de cada cual había un sesmero puesto por el señor. Fué un sistema muy práctico de división de la tierra sobre un páramo inhabitado que debía comenzar a llenarse de gentes y de riqueza. Cada sesma se dividió a su vez en veinte partes: las veintenas, en cuya cabeza se constituía un poblado o aldea. Y cada una de estas veintenas, a su vez, se partía en cinco quiñones, cada uno de los cuales comprendía una quinta parte de lo de riego, otra quinta parte de lo de sembradura, otra de pastos, otra de monte, etc., teniendo así cada colono un quiñón de similares características a sus vecinos. 

Es curioso que esta división medieval del territorio se ha mantenido hasta hoy, pues cada sesma tiene veinte pueblos, y en muchos de estos aun perduran los nombres y las divisiones de los quiñones. De las seis iniciales sesmas de Molina, dos se perdieron pronto, en beneficio de las Comunidades de Daroca, Albarracín y Cuenca. Las otras cuatro permanecen. Sus nombres son el Sabinar, el Campo, el Pedregal y la Sierra.

Una vez incluído el Señorío molinés en la Corona de Castilla, siempre dió muestras de su firme propósito en que su Fuero se respetara. Y así, nunca admitieron señor impuesto, sino libremente elegido entre los de la línea legal o dinastía reinante. Cuando el rey Enrique II de Castilla, entregó en regalo a Beltrán Duguesclin, -que tanto le ayudó en su fraternal lucha de Montiel- el señorío de Molina, sus naturales se alzaron en rebeldía, reconociendo por señor al rey de Aragón, al que se entregaron en 1366. Durante unos años, hasta 1375, este territorio perteneciò a la corona aragonesa, y fué entonces cuando su capital tomó el sobrenombre de Aragón con que todavía hoy se la conoce.

Devuelta a Castilla, por boda de una hija del aragonés con el infante don Juan, heredero del trono castellano, Molina y su tierra conocieron una nueva, y sangrienta, revuelta, en la mitad del siglo XV, cuando Enrique IV donó a su favorito don Beltrán de la Cueva el enriscado Señorío. Tras el acontecimiento, la reina Isabel I de Castilla otorgó un documento, hoy celosamente conservado en el archivo municipal, en el que se declaraba la promesa y privilegio de que ya nunca más el Señorío sería apartado del reino castellano, como así ha sido.

De su época medieval, la tierra molinesa conservó muchos siglos tres instituciones fundamentales, nacidas en los días de la repoblaciòn y amparadas por su Fuero: el Común de Villa y Tierra que comprendía una parte muy importante del territorio, y que se dedicaba al aprovechamiento comunal de pastos y montes para todos los habitantes del Señorío; participaban en él los pueblos todos, que, divididos en sesmas, nombraban sus representantes (sesmeros) para la Junta del Común, cuyo presidente fué siempre hombre influyente en los destinos de la tierra. Hasta hoy ha llegado esta institución, presidida actualmente por el alcalde de la ciudad de Molina.

Otra institución medieval fué el Cabildo de Caballeros de doña Blanca, especie de ejército particular en sus inicios, y luego agrupación de hidalgos, y caballeros, que también ha pervivido hasta hoy en forma y nombre de Cofradía del Carmen, que desfila en pleno, con vistosos uniformes, de antiguo abolengo, el día 16 de julio de cada año. Por fin, elCabildo de Clérigos, creación original de un francés, Juan Sardón, que desde el siglo XII en su mitad agrupó a los eclesiásticos del Señorío, y administró posesiones, privilegios y caudales por todo el territorio molinés.

Los momentos de mayor esplendor los vivió Molina durante los siglos XVI y XVII, en que acudieron a su territorio numerosas familias hidalgas de la Rioja, Navarra y País Vasco, poniendo allí sus casas y haciendo crecer la poblaciòn y la riqueza. Fué proverbial la calidad y cantidad del ganado lanar molinés, que con más de un millón de cabezas, producía lana y carne para la exportación. En esos momentos se construyeron palacios, se hicieron de nueva planta iglesias y ayuntamientos, se aumentaron notablemente los pueblos, quedando además de las correspondientes huellas arquitectónicas monumentales, un alto índice de apellidos vasco-navarros repartidos por toda la demarcación, y por consiguiente un buen acopio de escudos de armas sobre portalones y fachadas.

Una última prueba tuvo que sufrir el Señorío molinés en ocasiòn de la Guerra de la Independencia contra los franceses. En noviembre de 1810: el ataque de la división gala del General Roquet se encontró con la tenaz resistencia opuesta por la Villa, que al fin sucumbió, incendiada y devastada. Por aquel hecho, las Cortes de Cadiz la concedieron, a Molina, el título de Ciudad que, finalmente, fué liberada en 1811 por El Empecinado.

En el transcurso de otras guerras civiles (la de Sucesión a comienzos del siglo XVIII, los enfrentamientos de carlistas y liberales del XIX, la Guerra de España de 1936-39) Molina no fué duramente castigada, pues lo apartado de su geografía, y el alejamiento de cruces estratégicos o ciudades importantes, ha hecho en esas ocasiones ser, afortunadamente, relegada a simples operaciones de afianzamiento, sin haber registrado señaladas batallas su territorio.

A pesar de la regresión poblacional del presente siglo, el Señorío de Molina mantiene una población activa volcada a la agricultura, los bosques y la minería, manteniendo de forma unánime y entusiasta el culto y el respeto hacia su dilatada historia y sus ancestrales costumbres.

Los Condes de Molina
Los señores de Molina pertenecieron durante dos siglos a la familia de los Lara. La línea sucesoria directa no se mantuvo siempre, por decisiones del pueblo o de la monarquía castellana, que en forma cada vez más intensa, fué presionando para restar autonomía a los condes molineses, hasta finalmente, en el declive del siglo XIII, incorporarla a los estados de la Corona. Fue su primer señor don Manrique ó Amalrico de Lara, destacado cortesano de Castilla durante el reinado de doña Urraca y de su hijo Alfonso VII, en el que alcanzó el grado de alférez real y obtuvo las tenencias o alcaidías de importantes poblaciones, como Atienza, Toledo, Almería, etc. Encargado de cuidar la persona del futuro rey Alfonso VIII de Castilla, en la ocasión de su asedio en Atienza por su tío Fernando de León; Lara le rescató de ese cerco llevándolo a Avila con ayuda de los arrieros atencinos; gesta que hoy todavía se conmemora en la conocida fiesta de La Caballada de Atienza. Poco después, en la batalla de Garcinarro, junto a Huete, en una de las muchas disputas entre Castros y Laras, murió don Manrique a manos de sus vitales enemigos.

Heredó el estado y señorío su hijo don Pedro Manrique de Lara, que gobernó durante la segunda mitad del siglo XII, ocupando el comienzo del siglo siguiente el hijo de éste, don Gonzalo Perez de Lara, quien se ocupó de engrandecer el Señorío, levantando iglesias, palacios, y completando el sistema de distribución de tierras entre todos aquellos colonos y pobladores que desde el Norte de la Península venían a ocupar este territorio difícil y prometedor. Don Gonzalo tuvo enfrentamiento con el monarca unificador de Castilla y Leon, Fernando III, quien deseó mermar las facultades autonómicas del Señorío molinés. Cercó al conde en su castillo de Zafra, en 1222, y solo la intervención de la madre del rey, doña Berenguela, consiguió que se firmara "la concordia de Zafra" por la que la hija del molinés, doña Mafalda, a la que no correspondía su herencia por vía normal, se casó con el infante don Alfonso, hermano del rey. Este cuarto señor, don Alfonso Infante de Molina, fué un bravo guerrero y capitán general de los ejércitos castellanos, siendo caballero destacado de la Orden de Calatrava, pasando sus días en continua pelea de reconquista frente a los moros, ayudando a la Corona en sus campañas andaluzas.

Fué doña Blanca de Molina, quinta señora, hija del anterior, mujer en la que, según los viejos cronistas, recayeron todas las virtudes que la raza atesora, pues era bella, valerosa, enérgica, amable, inteligente y sufrida. Levantó iglesias por todo el Señorío, fundó monasterios, formó su Cabildo o Compañía de Caballeros, repobló zonas del sur de su territorio, terminó de construir su magno alcázar molinés, y dejó un testamento que es modelo de sabiduría y ejemplo de magnanimidad señorial. Fué su hermana doña María de Molina quien heredó el condado, y al casar, en 1293, con el rey Sancho IV de Castilla, hizo que el territorio y su prerrogativa señorial pasara, como un título más, a la Corona, en cuyo cómputo aún hoy permanece. El Rey de España es, pues, señor de Molina en su territorio.

El Escudo de Molina de Aragón. El escudo de la ciudad.

Al hablar de heráldica molinesa se hace preciso distinguir entre el emblema de la ciudad de Molina de Aragón, el emblema del territorio o Señorío de Molina, y los otros emblemas, de instituciones o personajes, algunos de ellos con el apellido Molina, que en él habitaron. Comenzaremos hablando del escudo heráldico de la ciudad.

Se sabe que ya en el siglo XII, a poco de ser conquistada, repoblada y provista de Fuero, Molina poseía un emblema propio, derivado de su propio nombre. Así lo refieren sus antiguos cronistas, que incluso precisan la aparición de ese escudo tallado en piedra sobre las murallas de la ciudad de Cuenca, donde fué puesto por los comuneros molineses, que participaron en 1177, junto a su monarca Alfonso VIII, en la conquista de la ciudad a los moros. Aquel primitivo emblema ofrecía sencillamente la imagen de una rueda de molino, símbolo claramente alusivo al nombre de la población que representaba (escudo 1). Sanchez de Portocarrero, que es quien da esta noticia en su Historia del Señorío de Molina dice que en otro lugar de la muralla conquense pusieron por armas de Molina dos ruedas juntas.

Algo posterior a ese primitivo emblema, pero más certero en sus orígenes, pues se conserva actualmente en el Archivo de la Corona de Aragón, es el primitivo sello en cera de la villa de Molina, con el que se avalaban los documentos oficiales generados en la villa y común molineses cuando aún su estructura era la del Común y Tierra. Este sello aparece pendiente de hilos de seda en un pergamino que señalaba concordia y hermandad entre las villas de Molina y Teruel, dado en Fuentesclaras, aldea de Daroca, en 22 de mayo Era 1300 [1262], y en él se puede ver, al anverso, una rueda de molino y las palabras + sigillum concilii : m ... e. Al reverso aparece una torre o castillo con cuatro almenas, dos ventanas y portal, acompañado de dos leones rampantes y la leyenda + T ...con (escudo 2). Indudablemente, está representando en él al emblema primitivo y ya bien establecido de la ciudad, la rueda de molino, y el castillo y leones que la familia Lara como condes de Molina utilizó a lo largo del siglo XIII.

En el siglo XIV fué evolucionando el escudo de Molina, en el sentido de añadir otra rueda, repitiendo o doblando el motivo principal del mismo. Así, y según las papeletas heráldicas conservadas en el archivo familiar del que fuera historiador molinés don León Luengo, existieron ejemplos, hoy perdidos, de escudo de azur con dos ruedas de molino de plata puestas en palo (escudo 3), que posteriormente evolucionó a escudo tronchado de gules y azur con sendas ruedas de molino de plata (escudo 4), e incluso escudo tronchado de gules y azur cotizado de oro con dos ruedas de molino de plata (escudo 5).

Ya en el siglo XVI, el heraldista andaluz Gonzalo Argote de Molina, en su conocido tratado Nobleza de Andalucía, editado en Sevilla en 1588, pone como armas propias de la ciudad de Molina de Aragón las que entonces eran usadas por ésta, y tras hablar largamente de la familia de los Molina, y de la ciudad del mismo nombre, en Castilla, dice que ésta oy usa por Armas la misma ciudad de Molina dos ruedas de Molino de plata en campo azul, según se veen en los edificios públicos della. En la página 159 de la referida obra aparecen dichas armas, en las que añade, saliendo de los ejes de ambas ruedas, que son de plata, unos ejes en forma de pinchos. El escudo que da Argote está cortado aunque sus campos sean similares (escudo 6).

El historiador don León Luengo, que tuvo en su poder los manuscritos del licenciado Francisco Núñez, concretamente la copia que anteriormente había estado en poder de don Luis Diaz Milián, titulada Archivo de las cosas notables de Molina, dice que en dicha obra, escrita en la segunda mitad del siglo XVI, aparecen como Armas viejas de la villa de Molina un escudo oval con dos leones rampantes enfrentados, sobre una rueda de molino y surmontados de una flor de lis (escudo 7)

Ya en el siglo XVII encontramos otros testimonios directos de la armería de Molina. Se trata de la obra de otro de sus grandes historiadores, don Diego Sanchez de Portocarrero, quien a lo largo de la primera mitad del siglo XVII escribió en su casona de Hinojosa una gran Historia del Señorío de Molina, que todavía permanece inédita, habiendo publicado previamente, en 1642, la Antigüedad del Noble i Muy Leal Señorío de Molina en cuya portada puso el escudo de la ciudad (escudo 8) en el que se ve, cortado, dos ruedas de molino, señalando el segundo cuartel con múltiples líneas horizontales paralelas para significar el color azul de dicho campo. Lo timbra de corona sencilla y le suma de una cartela apergaminada en la que pone la fraseContrivit fines eorvm. Sanchez Portocarrero, en su obra manuscritaHistoria del Señorío de Molina da una amplia descripción y explicación simbólica de las armas heráldicas de la ciudad de Molina que ponemos al final de esta obra, como Apéndice Documental en rigurosa aportación novedosa.

El escudo de Molina evolucionó a lo largo de los siglos modernos incluyendo como segundo cuartel el brazo armado propio del Señorío, como luego veremos, y añadiendo en su punta, tras la guerra de Sucesión, y por concesión de Felipe V de Borbón, una flor de lis de oro sobre campo de azur, que en ocasiones se ha representado como flor de lis de azul sobre campo de plata. Este emblema, que podría darse por definitivo de Molina, aparece descrito y dibujado así en el Nobiliario de los Reinos y señoríos de España de Francisco Piferrer, de 1860, en su tomo sexto, página 173, y lo reproducimos junto a estas líneas (escudo 9).

A lo largo del siglo XIX, la ciudad usó sin embargo, de forma real, el tradicional escudo de las ruedas de molino. Así lo vemos en la marca existente en la sección de Improntas de Sellos Municipales del Archivo Histórico Nacional de Madrid, donde se conserva la que el 23 de mayo de 1878, y avalada por el alcalde J. Manuel Obregón, se usaba oficialmente, y que consistía en un escudo partido con sendas ruedas de molino separadas por una barra. El primer campo se especificaba era de gules, y el segundo de azur, siendo de plata las ruedas y la barra (escudo 10). Anteriormente, la Junta Popular del Señorío de Molina, durante la Guerra de la Independencia, había usado un sello que traía las armas de Castilla y León en dos cuarteles, junto a otros dos de fondo rojo con una rueda en cada uno.

Finalmente, tras diversas consultas a autoridades e instituciones heráldicas a lo largo de este siglo, la Real Academia de la Historia sancionó la estructura del escudo de la ciudad de Molina de Aragón en sesión de 17 de enero de 1975, dando para él la siguiente composición: escudo español, partido y entado en punta, primero de azur una barra de plata acompañada de dos ruedas de molino del mismo metal. Segundo de azur un brazo [derecho] defendido en oro, la mano de plata teniendo entre los dedos índice y pulgar un anillo de oro. Tercero igualmente de azur con cinco flores de lis de oro puestas en aspa. Al timbre, la corona real (escudo 11).

En la ciudad, y según dicen los cronistas, existieron siempre múltiples representaciones de su escudo heráldico. Hoy quedan algunas singulares, como las armas, muy estilizadas y elegantes, puestas sobre la piedra principal de la fuente que centra la plaza mayor molinesa (escudo 12) o las que se ven en la fachada de su Ayuntamiento, en que a las armas puras y primitivas de Molina acompañan las de Castilla y León (escudo 13).

El Escudo del Señorío de Molina

El Señorío de Molina tuvo también armas propias como institución de características forales determinadas. Adoptó por tal el que a partir de 1222, y tras la concordia de Zafra, tomó por propio el infante de Castilla y León don Alonso, hermano de Fernando III, y que por aquel pacto político casó con Mafalda Perez de Lara, hija del tercer señor de Molina don Gonzalo Perez de Lara. En recuerdo de aquel pacto y de aquella boda, el infante Alonso tomó por escudo un brazo armado o defendido que sostenía entre sus dedos un anillo, en simbolismo elocuente de la boda de un guerrero. Es una elocuencia de pacto y paz.

Este escudo tan sencillo, se ve repetido a lo largo de los siglos en múltiples documentos y elementos, simbolizando al Señorío de Molina. Así, lo da don Diego Sanchez Portocarrero en la portada de su obra Antigüedad del Noble i Muy Leal Señorío de Molina, publicada como primera parte de su gran obra histórica en 1642 (escudo 14), quien le añade, creemos que por su cuenta, al timbre y sobre la corona la frase latina Brachium domini confortabit me. También el historiador Núñez, en su inédito manuscrito sobre la historia molinesa, las describe del mismo modo, poniéndolas el historiador León Luengo dibujadas en una de sus papeletas (escudo 15).

Sanchez de Portocarrero, en el capítulo 12 de su inédita Historia del Señorío de Molina, habla de las armas de dicho Señorío antes de describir uno por uno sus pueblos y sesmas, y dice de él que se usa traer un emblema de azul cruzado por una banda colorada (escudo 16). Ignoramos de donde sacó el eximio historiador tal descripción, pero a su autoridad nos remitimos para incluirlo entre los escudos molineses de los que existe constancia.

La formación del escudo, lo hemos dicho antes, del Señorío molinés, data de cuando el infante don Alonso de Molina casó con doña Mafalda Perez de Lara, heredera del territorio. Entonces se adoptó el brazo armado sujetando entre sus dedos pulgar e índice un anillo de oro. Así se puso tallado sobre la puerta de la iglesia de Santa María del Conde en Molina, según nos dice Gonzalez de Reinoso en sus manuscritos genealógicos, y luego reproduce Luengo en una de sus papeletas (escudo 17).

Todavía hablando del Señorío de Molina, Argote pone en su obra Nobleza de Andalucía, concretamente en su capítulo XXIII la noticia del casamiento de doña mofalda Manrrique con el Infante Don Alonso Señor de Molina, y es ahí donde dice que por este casamiento usó por Armas el Señorío de Molina un braço de oro armado en campo azul la mano de plata, y en ella tiene un Anillo de oro, como se veen en los edificios públicos antiguos de la ciudad de Molina. En la página 159 de dicha obra aparece el escudo que es como el que adjuntamos a estas líneas (escudo 18). Luis de Salazar, en suHistoria de la Casa de los Lara, de 1696, en su primera parte, dice que las armas del Señorío de Molina son una, o dos, ruedas de plata en campo azul.

Tras estas consideraciones, la aceptación del blasón del Señorío molinés es unánime y consiste en escudo español de azur con un brazo armado de oro y la mano de plata sosteniendo entre sus dedos índice y pulgar un anillo de oro (escudo 19).

            El escudo del Cabildo Eclesiástico de Molina

De las diversas instituciones que existieron a lo largo de la historia del Señorío de Molina, solo nos ha llegado constancia heráldica del Cabildo Eclesiástico. Fué creado por el narbonés Juan Sardón, nombrado abad de la iglesia de San Martín, en la que se instaló este Cabildo desde su fundación en 1150 aproximadamente. Parece ser que ya existió previamente un cabildo mozárabe, y que quedó este grupo o institución como fundación menor de lo que el conde don Manrique había pretendido de restauración en su villa de la antigua diócesis de Ercávica. Sigüenza quedó con la supremacía religiosa, y aquí solo pudo instalarse este Cabildo que, de todos modos, llegó a ser muy potente a lo largo de los siglos.

El Fuero molinés establecía que los capitulares del territorio no debían reunirse en Concilio fuera de él, ni siquiera si éste debiera presidirle un Obispo. La organización de este cabildo se hizo también en forma foral, eligiendo sus autoridades por colaciones o parroquias, y constituyendo unadiputación de clérigos. Presidido por un abad, éste tenía la potestad de presidir todos los juicios relativos a los miembros del Cabildo. Es por éllo que este cargo equivalía en lo eclesiástico al juez civil. Su escudo, que aparece en la portada de la Antigüedad del Señorío de Molina de Diego Sanchez Portocarrero, era ovalado con un jarrón ocupado de cinco azucenas, y al timbre una cartela con la frase Sicut lilium (escudo 20).
                 LA HERALDICA DE LOS CONDES DE MOLINA

Los personajes -hombres y mujeres- que a lo largo de siglo y medio ostentaron la autoridad máxima en el Señorío de Molina, con el título de Condes del territorio "por la gracia de Dios" pertenecieron al linaje de los Lara y fueron generando a lo largo de ese periodo una emblemática que ahora vamos a considerar. Las armas puras del linaje fueron las del apellido Lara, con un blasón determinado que, sin embargo, en pocas ocasiones utilizaron. Como señores de un territorio, los Condes de Molina adoptaron por armas propias, usadas en sellos y escudos perennes, las del territorio en el que dominaban. Lo vemos a continuación.
Antes de ser elevado a la categoría de Conde de Molina, don Manrique de Lara utilizó las armas puras de Lara, un escudo de gules con dos calderas jaqueladas de oro y sable, con tres serpientes de sinople en cada asa, y por bordura Castilla y León (escudo 21). Su hermano don Nuño Perez de Lara las siguió usando, y muchas otras personas del linaje.

Cuando don Manrique creó el Señorío de Molina, dándole un Fuero en 1154, ya estipuló que ninguno non traya otra senal sinon las del Conde o del Concejo et todos aquellos caten por seer y por andar. En ese momento creaba las armas del Concejo de Molina y él adoptaba por suyas propias dichas armas concejiles. Aunque no se conoce con exactitud ningún sello de don Manrique de Lara, existe un documento de 1153, de 5 de diciembre, en el que Manrique y Ermesenda dan la villa de Cobeta a la Iglesia de Sigüenza, viéndose en el original la cinta de la que debía haber pendido un sello que hoy falta. Tras la reconquista de la ciudad de Cuenca, en 1177, en las murallas de la ciudad se esculpieron las armas del Concejo de Molina (una rueda de molino) y las del Conde don Manrique, según dice Sanchez Portocarrero, aunque no especifica cuales fueran las de este último.

El segundo conde de Molina, don Pedro Manrique de Lara, utilizó un sello con armas propias, tal como se ve pendiente de una carta de salvaguarda por la cual Pedro Dei Gratia Comes recibe en tregua y seguridad bajo su protección y defensa la aldea de Torralba de Ribota que pertenecía al priorato del Santo Sepulcro de Calatayud. El documento es del año 1177, de 27 de enero. Es un sello de cera, con influencia muy marcada de la Occitania francesa, pues muestra en anverso y reverso sendas figuras de caballeros, en el primero de éllos mostrando su flanco izquierdo, con caballo descubierto y llevando un alto escudo que le protege, mas una lanza al hombro, y leyenda circuida que dice +S igil [LVM] D ... PETRI CO[M] ITIS, y en el segundo otra figura ecuestre similar, con texto ininteligible (escudo 22).
El tercer conde de Molina, don Gonzalo Perez de Lara también usó sello personal. Se conoce un ejemplar de 1226, pendiente de un documento en que confirma la donación hecha por Fortún Muñoz al monasterio de Buenafuente de una parte de las Salinas de Anquela. Es de cera natural, y en el anverso aparece, muy desvaida, la silueta de un caballero, de tipo mediterráneo, con la borrosa leyenda de + sigillum gundisalvi petri, mientras que en el reverso se ve un castillo de tres fuertes torres y los restos de una leyenda de la cual solo se lee ...de molina (escudo 23). El historiador molinés don León Luengo da en sus papeletas heráldicas un dibujo del que dice fué escudo heráldico personal de don Gonzalo Perez de Lara (escudo 24). En realidad se trata sencillamente de la reunión de la imagen del caballero del anverso de su sello con la rueda de molino emblema del concejo molinés.

La esposa del tercer conde, doña Sancha Gómez, usaba en 1229 sello propio. Se conoce uno de éllos en un documento de donación del monasterio de Buenafuente, y en ese documento se denomina doña Sancha Comitissa de Molina. El sello, muy deteriorado, muestra una rueda de molino con el filo cuajado de escaques, mas reis radios surgiendo desde su centro, y tres circunferencias concéntricas (escudo 25).

Del tronco común de don Manrique de Lara surgieron otros múltiples personajes aparte de la línea directa formada por los señores y condes de Molina. Así, del segundo conde surgió la rama de los que tomaron por apellido MALRIC como deformación de Amalrico, y así vemos que uno de sus hijos fué Roy Perez Malric, señor de Amusco. Nieto de éste fué don Pero Malric, de quien se conserva una matriz de sello en el Archivo Histórico Nacional, y que publica Faustino Menendez -Pidal en su obra Matrices de Sellos Españoles.

Se trata de un hermoso ejemplar losangeado, en el que aparecen dos calderas con sus remates floronados en las esquinas, y entre las gráfilas de puntos la leyenda + S : DE : PERO : . : MALRIC :. Este blasón de las dos calderas, propio de esta rama secundaria de los Lara, fué luego adoptado por extensión para todo el linaje, dado que de élla crecieron importantes sujetos de la historia de Castilla, entre ellos el arzobispo de Toledo don Gome Manrique, ya en el siglo XIV (escudo 26).

El cuarto señor de Molina, el infante don Alfonso, cambia radicalmente la tradición de las armas de sus antecesores. En realidad, él es miembro directo de la familia real castellano- leonesa, y hasta su boda con Mafalda Perez de Lara utilizó por propias las armas de Castilla y León, dispuestas de una forma singular, como ahora veremos. Tras la boda con dicha señora, hija del tercer conde molinés, en 1222, el Infante don Alfonso creó un nuevo emblema para el Señorío molinés y adoptó por suyas dichas armas recién creadas: un brazo armado sosteniendo entre sus dedos índice y pulgar un anillo.
El Infante don Alfonso el de Molina era hijo de Alfonso IX y de doña Berenguela, infante pues de Castilla y León, y heredero del reino, aunque lo rechazó en beneficio de su hermano Fernando [III] favoreciendo así la definitiva unión de Castilla y León. Fué Capitán General de los ejércitos castellanos, actuando en las diversas campañas de conquista de Al-Andalus, venciendo en 1231, en los campos de Jerez, a las tropas de Aben-Hud, y en 1236 colaborando con su hermano en la toma de Córdoba.

Este personaje utilizó un escudo en el que mezclaba elegantemente los emblemas de Castilla y León. Así lo vemos en un sello pendiente de cera, de un documento de 1254, en el que, estante ya en Molina como señor del territorio, hace salvaguarda y defensa de los bienes muebles e inmuebles del monasterio de Piedra, y en él se ve, en el anverso, un castillo de tres torres orlado de leones al borde, y en el reverso un león rampante orlado de castillos. Argote de Molina, en su Nobleza de Andalucía, da por armas del Infante don Alfonso un león rampante orlado de castillos (escudo 27) mientras que León Luengo en una de sus papeletas anota como emblema de este personaje un castillo orlado de leones rampantes (escudo 28). 

Ambos emblemas forman el auténtico escudo del infante de Molina. En otras papeletas anotadas de Luengo, aparecen como armas de este personaje el brazo armado propio del Señorío pero que él usó también como insignia personal. Rivas dice, equivocadamente, que el campo de este escudo era de oro, y entre sus dedos llevaba un diamante (escudo 29).
La quinta señora de Molina fué doña Blanca Alfonso, hija del infante don Alfonso y su esposa doña Mafalda. Considerada como extraordinaria gobernanta, doña Blanca fué la artífice definitiva del castillo molinés, fundadora del monasterio de San Francisco junto al Gallo, y creadora del Cabildo de Caballeros molineses. Fue enterrada en un suntuoso mausoleo en la iglesia conventual de San Francisco, y en sus costados puso con profusión sus armas, que anota Luengo constituidas por un escudo de plata con leon rampante y orla de castillos (escudo 30). Es en realidad una bella simbiosis de las armas de su padre. Nada ha quedado de dicho enterramiento.

La sexta señora de Molina fue doña María, hermana de la anterior, hija del tercer matrimonio del infante don Alfonso, con doña Mayor Alonso de Meneses. Casó con el Rey de Castilla Sancho IV, pasando de este modo, en 1294, el señorío de Molina a la corona castellana. De sus armas se conoce un sello en cera, ovalado, que muestra al anverso una figura femenina mostrando en su mano derecha lo que parece una flor de lis, y en el reverso aparece cuartelado de Castilla y León (escudo 31). Lo aporta Sanz y Díaz en su Historia verdadera del Señorío de Molina sin especificar de donde lo toma.
fuente:www.wikipedia.org.

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